jueves, 29 de julio de 2010

El fantástico mundo de Lucrecia Martel


Algunas veces se logra realizar una crítica sin anteponer a su realizador. En otras, es casi imposible. Esta última es la constante en todas la películas de Lucrecia Martel; yendo desde la primera (La Ciénaga, 2001), pasando por la segunda (La Niña Santa, 2004) y concluyendo en la tercera (La Mujer Sin Cabeza, 2008), toda la obra de Martel es un ciclo continuo que muestra la necesidad de derrumbar lo establecido, “lo normal”.

Entonces, sería casi imposible, explayarnos sobre cualquiera de los films de Lucrecia, sin antes, hablar de Martel.

Pero, ¿qué tenemos para decir de esta brillante e ingeniosa cineasta del Nuevo Cine Argentino? Con tanto elogio parece estar todo dicho… ¡Pero Martel sorprende! Sorprende en cada guión y con cada una de sus películas. Sorprende esa necesidad de ser ambigua y fiel, a su vez, para con sus ideales. Quizás sea esa cualidad para poner en duda lo convencional, para derribar prejuicios, para mostrarnos que Salta no es solo La Linda. En ciertos casos, Martel nos puede enseñar las increíblemente “raras” relaciones en el seno de una familia burguesa, o el camino de la religión y la culpa en la adolescencia, o tal vez, solo el desajuste emocional de una mujer; quizás estoy siendo muy abarcativo, por eso vamos a tratar de detenernos en esos mundos a los cuales nos sumerge una y otra vez, cada vez que estamos frente a la gran pantalla.

En su primer largometraje, la acción (o no acción) transcurre en una finca en Salta (¿dónde sino?), venida a menos por el descuido y el paso del tiempo. Un lugar que en su tiempo supo ser cuna de burgueses, hoy está azotado por una familia numerosa, con padres alcohólicos, hijos inquietos, criados domésticos… y una piscina; detalle no menor, tomando en cuenta el simbolismo que resulta una fuente de agua en estos tiempos. Si tratamos de poner el orden en su lugar, veremos un ciclo raro en la cinta de Martel. Quizás no se encuentre un problema, quizás no se encuentre la situación esperada, quizás no haya un atrás ni un avance; pero la realizadora, con una cámara nerviosa, se inmiscuirá en la vida de cada uno de esos personajes: en la madre alcohólica, presa del pánico por quedar como su propia madre (de la cual sabemos que nunca se levanto de esa cama); en la prima Tali, que se contradice todo el tiempo, duda, habla mucho y dice poco; en esa calentura reprimida de adolescente, la cual insinúa relaciones promiscuas e incestuosas (hechos q no ocurren, ¿o si?); en la infancia de potrero, esa que supimos tener alguna vez todos, cuando lo único que nos preocupaba era el clima para poder salir del encierro, clima que por cierto amenaza durante toda la película y crea una tensa atmosfera natural, como sus personajes. Porque al fin y al cabo, Martel nos muestra que aún en esta época, la condición humana se ha vuelto naturaleza.

La Niña Santa, su segunda película, no es más que eso… O eso intenta. La historia de una adolescente atrapada entre hacer lo “religiosamente” correcto y luchar contra su despertar sexual. Quizás no sea importante saber que es lo que logra, o si lo logra; lo complicado subyace en entender que su “misión” (así como ella la llama) no es más que la difícil lucha de crecer; de crecer en un mundo donde las contradicciones están a la orden del día. De saber que para salvar al Dr. Jano, debe despertar y dejar de lado la religión con la cuál creció e inspiró su acto de fe, si es que salvar es la palabra correcta… Nos muestra un mundo también en decadencia, ya que el hotel solo subsiste gracias a las convenciones médicas que allí se realizan; un mundo donde las relaciones vuelven a ser irreales, donde el placer es culpa para algunos, donde las obligaciones existen en unos pocos. No es un mundo alejado de lo real, es aquello que nos parece tan real, lo que nos aleja. Es el miedo a condenar al Dr. Jano a la perversión, o a la culpa voluntaria de un impulso voluntario. Es la forma de engañar a lo establecido, cuando la amiga encuentra el camino para llegar virgen al matrimonio. Es quizás la manera en que la directora nos quiere decir, que lo normal es sentir culpa.

Por último, pero no menos importante, nos llega este film (La Mujer Sin Cabeza). Al contrario que las dos obras anteriores, Martel se centra en un personaje, en Vero. Una mujer de mediana edad, con un cierto prestigio y posición social (cuando no en el mundo Martel), la cual comienza a desvanecerse en vida, en el momento en el que creé haber atropellado “algo”. Lo fantástico de Martel es que ese “algo” puede ser desde un perro hasta una persona (sin reparar en las distancias). Rápidamente, la protagonista se hunde en un profundo estado semi-catatónico, el cual altera su percepción y su psiquis drásticamente. Sin necesidad de que se los mencionen, en el sostén social que se pone en marcha entonces se confunden culpas, silencios cómplices, ojos que se niegan a reconocer la realidad y responsabilidades no asumidas. Quizás no haya una moraleja que nos deje tranquilos, quizás solo sea necesario mostrar al ser humano en sus distintas facetas, que nos lleven a recordar, lo tan cerca de la naturaleza que nos encontramos.

Por Martín Castoro