miércoles, 24 de marzo de 2010

La ceremonia de Chabrol

Los títulos de las películas muchas veces funcionan como una especie de atractivo para el espectador que luego poco tiene que ver con la obra en si. Este, definitivamente, no es el caso. La “ceremonia”, como determina la Real Academia Española, es una acción o acto exterior arreglado, por ley, estatuto o costumbre, para dar culto a las cosas divinas, o reverencia y honor a las profanas. Eso sí, para entender la buena elección del director respecto de esta palabra, hay que ver la película hasta el final.

Se podría decir que en este caso los actores de este rito representan a una clase social empobrecida y hasta a una minoría discriminada, con todos sus errores, contra una clase burguesa con costumbres y normas muy afianzadas. Lejos quedan los estereotipos bien marcados que tienen que ver con nivel de vida de cada persona. Existen zonas difusas que por momentos muestran comprensión entre las distintas formas de vida y, por otro lado, aberración y desprecio.

La brutalidad del film juega mucho con las emociones fuertes y primitivas. Al igual que la mayoría de los productos de su director, el francés Claude Chabrol, uno de los exponentes de la Nouvelle Vague, junto a Jean-Luc Godard (que en otra ocasión cercana ya hablaremos de él).

Algunos lo llaman el “Hitchcock francés” por la mezcla de misterio y crimen en sus trabajos. Además de los análisis psicológicos en los cuales somete a cada personaje, más allá de la acción en si y sin dejar de lado su contexto.

“La ceremonia” marca una ruptura no sólo a nivel estético, con escenas como la de una cena en familia en la cual no se muestran los rostros de las personas sino solo sus platos mientras conversan; sino a nivel narrativo en cuanto al argumento en si. La obra podría verse como la creación de una mente retorcida, pero no es más que una crítica sagaz e irónica de la situación social de clases. Algunos críticos la han definido como “la última película marxista”.

Esta adaptación de 1995 de la novela de Ruth Rendell es una muestra más de que el cine puede pensarse de otra manera.

Por Agustina Grasso

miércoles, 10 de marzo de 2010

Alicia en el país de Tim

Burton se encontró ante un gran desafío: versionar una obra revolucionaria de la literatura infantil. No se quedó atrás, pero tampoco delante.

La historia comienza con una Alicia ya crecidita poco dispuesta a adaptarse a las reglas impuestas por la clase refinada. Ella creía en lo más profundo de su ser que el mundo de sus sueños podría salvarla de aquella cruda realidad. Por eso decidió perseguir a aquel conejo parlanchín provocador hasta un agujero en medio de la tierra.

Hasta este punto de la historia, el relato parecía ser bastante lineal, pero, teniendo en cuenta que se trataba de una producción del alocado director del “Joven Manos de Tijera”, la esperanza de que todo se transformara en un país “maravilloso” al estilo Burton, todavía descansaba en la profundidad del hoyo.

Sin embargo, cuando la gran Alicia comienza a caer y caer en el orificio, el film no presenta grandes sorpresas. Ni el genio de Johnny Deep (el sombrerero) parecía haber encontrado un personaje más para su gran cofre de creaciones. Ni los efectos 3D parecían hacer valer la pena el recurso. Eso si, la Reina Roja, interpretada por Helena Bonham Carter, no estaría dentro de esta lista, es excepcional.

Esta enumeración demuestra que filmar una obra de la literatura no es tarea sencilla. El espectador carga con un bagaje de expectativas, sobre todo imaginarias, difíciles de ir pendiendo a medida que se desarrolla la cinta. Hasta el gran maestro Alfred Hitchcock pensaba en nunca rodar un libro como Crimen y Castigo de Dostoievski por considerarlo una obra ajena. “Sólo tomaría la historia de base y fabricaría cine”, decía.

Tim, tal vez, se quedó en medio de ese camino. Un camino fascinante que viene creando desde principios de su carrera, al cual este “maravilloso” móvil le quedó chico.

Por Agustina Grasso