martes, 14 de diciembre de 2010

Una introducción al cine militante

Siempre me gustó la palabra “militante”, no sé qué es lo que tendrá, pero me atrapa. Si tuviera que hacer un ejercicio de asociación rápida de palabras, las primeras que se me vienen a la mente son juventud e ideales y si encima le sumamos el vocablo cine, mucho mejor.

En Argentina hubo dos grupos pioneros de cine “militante” en los setenta. Pero no hay que olvidarnos de Fernando Birri (“Tire dié”, 1956-58; “Los Inundados”, 1961), quien promovió una generación de realizadores comprometidos políticamente. Uno de los primeros fue el del Cine de la Liberación, conformado, entre otros, por Octavio Gettino y Fernando Pino Solanas. Algunas de sus producciones fueron “Las horas de los hornos”, un film que duraba más de tres horas y se proyectaba de manera clandestina en distintos centros comunitarios o espacios improvisados. Planteaba una relación público-espectador diferente: se convierte en un militante potencial al cual hay que inspirar el debate.

Alguien que aprendió mucho de ellos fue el reconocido cineasta Raymundo Gleyzer (desaparecido el 27 de mayo de 1976), quien junto a otro grupo de jóvenes -entre ellos su mujer Juana Sapire- fundó el “Cine de la base”, que se diferenciaba del “la liberación”, en dichos de la propia Juana, por “no ser peronista” (Las tres AAA, Ni olvido ni perdón, Swift). Como bien dice su nombre “de la base”, esta agrupación promovía la idea y la acción de proyectar sus películas entre obreros y niños, es decir, entre todas aquellas personas que de otra manera no tendrían acceso a esta clase de material. Al terminar la película, se formaban rondas y se discutía. Estas cintas eran protagonizadas por ellos mismos. Nada de actores de Hollywood, ellos eran los que después se veían reflejados en la pantalla. Muchas veces la policía o grupos armados militarizados llegaban al lugar, interrumpían la función y debían salir todos corriendo con equipos bajo el brazo y demás escenas que hacen a una desconcentración.

Un cine comprometido, transformador, que permite ver y pensar de otra forma. Un cine de denuncia social, revolucionario. Un cine político. Un cine como herramienta de lucha de su pueblo y Latinoamérica. Un cine argentino que existe.

Gracias Ceci y Pablo por el empujón…

Agustina Grasso

lunes, 4 de octubre de 2010

Vamos a ver cómo es el reino del revés…

Lo triste es que no se trata de un mundo de fantasías para niños, sino de El Rati Horrow Show que muestra la realidad del mundo de los adultos: jueces aliados con la mafia policial, testigos comprados, medios que no investigan demasiado, y culpables inocentes. Se centra en el caso de Fernando Ariel Carrera, un hombre condenado injustamente a treinta años de cárcel. La historia se hizo conocida de manera mediática como “la masacre de Pompeya”.

Un documental para coleccionar junto con Fuerza Aérea Sociedad Anónima y Whisky, Romeo y Zulú porque brinda tanta información que es para verlo varias veces. Pero esta vez Piñeyro se aleja un poco de su temática volátil para dedicarse a una más terrestre, que eso no quita que se desvíe de su rol de revelador de datos que no todos manejan y de atar cabos. Además esta película tiene un método narrativo muy interesante ya que intenta ser como el backstage de la verdadera película, como si los espectadores fueran testigos de sus conjeturas y descubrimientos, característica que hace sentir al público como un aliado del piloto cineasta.

Pero el Director no estuvo solo, detrás de este film hubo un equipo de investigación que vino siguiendo el caso desde el 2005, que fue cuando ocurrió el hecho policial. “Durante y después de la producción no nos pasó nada. A veces te agarra temor respecto a quien te enfrentás. Pero creo que termina siendo un arma de doble filo si nos hacen algo”, le comentó a El Club de la Serpiente Pablo Galfré, realizador de gran parte de la investigación periodística, de quien surgió la idea original de la película y se la acercó a Piñeyro.

A pesar de que la película no se esté proyectando en muchas salas del país, Galfré agregó: “ojalá que se convierta en una peli de culto, la vamos a subir a Internet. Nuestra finalidad es que Fernando quedé en libertad. Tenemos la esperanza de que el caso se resuelva de manera justa. Ahora el fallo está en manos de Zaffaroni, quien se reunió con la gente que hizo la película”. Lo interesante de este dato es analizar ¿cuál es el límite del cine documental? Daniel Santoro, periodista de investigación, plantea que el rol del investigador no es ni el de abogado, ni juez. Por lo cual, la película está hecha, la investigación planteada y las pruebas sobre la pantalla. Ahora las piezas deberían seguirse moviendo por si mismas o quizás el mundo del revés siga igual: con policías que en vez de cuidar, manden a jóvenes a delinquir y magistrados que en vez de enjuiciarlos, los apañen. La pregunta queda abierta: ¿Cuál es la salida cuando el sistema se alimenta de estos mecanismos? Tal vez con hacer este tipo de películas, se empieza…

Por Agustina Grasso

Algunos cines donde la pasan… (Cada vez quedan menos…)

HOYTS ABASTO
VILLAGE (Rosario)
PREMIER
CINECENTER (San Luis)
CINECENTER (Resistencia)

martes, 28 de septiembre de 2010

“La Mirada Invisible…

Una de esas películas que no da para ver con Flori…”, reza la propaganda por radio. Pero ¿¿qué es de la película sino fuera por gente como Flori?? Y no estoy hablando del estereotipo de “Flori” sino, más bien, de la ignorancia y el miedo que se respiraba en aquella época obscura y tenebrosa del pueblo argentino que retratada magistralmente Diego Lerman, basada en la novela del escritor y periodista Martín Kohan (Ciencias Morales). Se emplaza en 1982, unos meses previos a la guerra de Malvinas, momento en el cual el gobierno militar ya estaba utilizando sus últimas estrategias para no dejar caer el sistema que intentaba imponer; un aparato represor que seguía actuando contra “los gérmenes de izquierda”, bajando línea en las escuelas que lo reflejan en un régimen educativo muy conservador.

La película es casi un uni-personal interpretado espléndidamente por Julieta Zylberberg (la reprimida preceptora), apoyada en todo momento por una actuación igualmente emotiva de Omar Nuñez (temible jefe de preceptores). El director juega en todo momento con esa doble necesidad de mirar y ser visto; de espiar y ser espiado; de juzgar y ser juzgado. Bajo este contexto se desarrolla la trama que te transporta a una época en la que la democracia era una palabra antigua utilizada por los griegos y en la cual la ignorancia de la gente, alimentaba al aparato represor.

Sin dudas no hay que dejar de ver esta magnifica película sobre el colegio Nacional Buenos Aires de principios de los 80. Una película del creciente Nuevo Cine Argentino.

Por Martín Castoro

lunes, 13 de septiembre de 2010

La Inmortalidad… de Chabrol


La muerte, cada tanto, hace estragos. Y nos estremece. Nos deja, casi siempre, con un sabor amargo. Y, otras tanto, nos asombra. Pero ¿qué tiene de asombrosa, amarga o estremecedora la muerte? Uno sueña con la “vida eterna”: un estado fantástico en el cual se suspendan los funerales, los hospitales pasen a ser transitorios y los seguros de vida estén de más; que la “eterna vida” se des-doble ante nuestros ojos. Pero créanme, o mejor dicho, creámosle a José Saramago (a quien también le rendimos homenaje) que hay poco de optimismo en la “vida eterna”, si es acaso, que la muerte comienza a tener “intermitencias”.
Entonces, lo asombroso, sería morir y seguir vivo. Y eso, es alcanzar la eternidad: vivir en el recuerdo de otros. Eso no quiere decir que la muerte nos lleve, sino que la memoria nos traiga de vuelta.
Convengamos que pocas son las personas que han traspasado ese umbral; pues hoy, se les ha unido una más: Claude Chabrol nos abandona de manera física a sus 80 años. Este “Hitchcock frances”, iniciador de la Nouvelle Vague, de singular genio, recordado por grandes películas que atentan e intentan desde su particular punto de vista, desnudar al establishment dejando entrever su lado más grotesco. Una de ellas, quizás la más fascinante, es “La Ceremonia”, que ha sido descripta en este blog. A través de ese humilde post es que le damos la bienvenida a su camino inmortal, el cual fue forjando (casi sin saberlo) a través de más de 80 largometrajes; de más de 80 escenas de su vida y un sólo pensamiento: que su cine viva a través de cada espectador.

Por Martín Castoro

"Suele haber una tendencia a concentrarse sobre lo que la vida tiene de trágico; yo guardo lo que tiene de divertido. Creo en la naturaleza humana". (Claude Chabrol)

miércoles, 1 de septiembre de 2010

IMPERDIBLE: Ciclo de Federico Fellini




TUTTO FELINN!
Del viernes 10 de septiembre al viernes 1º de octubre películas de Federico Fellini en el Teatro San Martín.

MAS DATA: http://www.teatrosanmartin.com.ar/cine/tutto0.html



lunes, 23 de agosto de 2010

Maldito Resnais que nos hace pensar

Descubrí, porque me ha pasado reiteradas veces y a conocidos también, que una buena película se convierte en eso, cuando, al salir de la sala de cine, la boca no escupe un “qué linda película”. Al contrario, deben pasar varios minutos, horas tal vez, mientras el film continúa proyectándose en la cabeza, hasta que en un momento se acaba el resto de cinta que quedaba y uno sí dice: “qué buena película, creo que la volvería a ver”.

No hay mejor proceso que el de reconstruir las mejores escenas, las dudosas, las que no terminan de cerrar, en la parte de afuera del cine, la mente.

Aunque después de ver “Las Hierbas Salvajes”, el ultimo largometraje de Alain Resnais, cómo no recordarlo de Hiroshima Mon Amour, hubo algunas preguntas que siguen sin respuesta ¿Hay edad para amar? ¿Hay que ser joven para soñar? ¿En qué momento se pierden las esperanzas por alcanzar lo que queremos? ¿Se puede lograr?

Tal vez porque no basta una película para completar tales dudas. De todas maneras, no dejen de ver esta maravillosa pieza del cine francés que mezcla sátira, romance, sueños, realidades, relaciones confusas, personajes misteriosos, amor, celos, y hierbas, muchas hierbas, que comienzan siendo pequeñas, retoños que nacen entre las juntas del asfalto, para convertirse en pastizales inmensos que no dejan de crecer, como los sueños calculo.

No es sólo una película de un hombre y una mujer y el amor que los une, es una obra filosófica que te deja pensando en la película de cada uno, la vida.


Agustina Grasso

jueves, 29 de julio de 2010

El fantástico mundo de Lucrecia Martel


Algunas veces se logra realizar una crítica sin anteponer a su realizador. En otras, es casi imposible. Esta última es la constante en todas la películas de Lucrecia Martel; yendo desde la primera (La Ciénaga, 2001), pasando por la segunda (La Niña Santa, 2004) y concluyendo en la tercera (La Mujer Sin Cabeza, 2008), toda la obra de Martel es un ciclo continuo que muestra la necesidad de derrumbar lo establecido, “lo normal”.

Entonces, sería casi imposible, explayarnos sobre cualquiera de los films de Lucrecia, sin antes, hablar de Martel.

Pero, ¿qué tenemos para decir de esta brillante e ingeniosa cineasta del Nuevo Cine Argentino? Con tanto elogio parece estar todo dicho… ¡Pero Martel sorprende! Sorprende en cada guión y con cada una de sus películas. Sorprende esa necesidad de ser ambigua y fiel, a su vez, para con sus ideales. Quizás sea esa cualidad para poner en duda lo convencional, para derribar prejuicios, para mostrarnos que Salta no es solo La Linda. En ciertos casos, Martel nos puede enseñar las increíblemente “raras” relaciones en el seno de una familia burguesa, o el camino de la religión y la culpa en la adolescencia, o tal vez, solo el desajuste emocional de una mujer; quizás estoy siendo muy abarcativo, por eso vamos a tratar de detenernos en esos mundos a los cuales nos sumerge una y otra vez, cada vez que estamos frente a la gran pantalla.

En su primer largometraje, la acción (o no acción) transcurre en una finca en Salta (¿dónde sino?), venida a menos por el descuido y el paso del tiempo. Un lugar que en su tiempo supo ser cuna de burgueses, hoy está azotado por una familia numerosa, con padres alcohólicos, hijos inquietos, criados domésticos… y una piscina; detalle no menor, tomando en cuenta el simbolismo que resulta una fuente de agua en estos tiempos. Si tratamos de poner el orden en su lugar, veremos un ciclo raro en la cinta de Martel. Quizás no se encuentre un problema, quizás no se encuentre la situación esperada, quizás no haya un atrás ni un avance; pero la realizadora, con una cámara nerviosa, se inmiscuirá en la vida de cada uno de esos personajes: en la madre alcohólica, presa del pánico por quedar como su propia madre (de la cual sabemos que nunca se levanto de esa cama); en la prima Tali, que se contradice todo el tiempo, duda, habla mucho y dice poco; en esa calentura reprimida de adolescente, la cual insinúa relaciones promiscuas e incestuosas (hechos q no ocurren, ¿o si?); en la infancia de potrero, esa que supimos tener alguna vez todos, cuando lo único que nos preocupaba era el clima para poder salir del encierro, clima que por cierto amenaza durante toda la película y crea una tensa atmosfera natural, como sus personajes. Porque al fin y al cabo, Martel nos muestra que aún en esta época, la condición humana se ha vuelto naturaleza.

La Niña Santa, su segunda película, no es más que eso… O eso intenta. La historia de una adolescente atrapada entre hacer lo “religiosamente” correcto y luchar contra su despertar sexual. Quizás no sea importante saber que es lo que logra, o si lo logra; lo complicado subyace en entender que su “misión” (así como ella la llama) no es más que la difícil lucha de crecer; de crecer en un mundo donde las contradicciones están a la orden del día. De saber que para salvar al Dr. Jano, debe despertar y dejar de lado la religión con la cuál creció e inspiró su acto de fe, si es que salvar es la palabra correcta… Nos muestra un mundo también en decadencia, ya que el hotel solo subsiste gracias a las convenciones médicas que allí se realizan; un mundo donde las relaciones vuelven a ser irreales, donde el placer es culpa para algunos, donde las obligaciones existen en unos pocos. No es un mundo alejado de lo real, es aquello que nos parece tan real, lo que nos aleja. Es el miedo a condenar al Dr. Jano a la perversión, o a la culpa voluntaria de un impulso voluntario. Es la forma de engañar a lo establecido, cuando la amiga encuentra el camino para llegar virgen al matrimonio. Es quizás la manera en que la directora nos quiere decir, que lo normal es sentir culpa.

Por último, pero no menos importante, nos llega este film (La Mujer Sin Cabeza). Al contrario que las dos obras anteriores, Martel se centra en un personaje, en Vero. Una mujer de mediana edad, con un cierto prestigio y posición social (cuando no en el mundo Martel), la cual comienza a desvanecerse en vida, en el momento en el que creé haber atropellado “algo”. Lo fantástico de Martel es que ese “algo” puede ser desde un perro hasta una persona (sin reparar en las distancias). Rápidamente, la protagonista se hunde en un profundo estado semi-catatónico, el cual altera su percepción y su psiquis drásticamente. Sin necesidad de que se los mencionen, en el sostén social que se pone en marcha entonces se confunden culpas, silencios cómplices, ojos que se niegan a reconocer la realidad y responsabilidades no asumidas. Quizás no haya una moraleja que nos deje tranquilos, quizás solo sea necesario mostrar al ser humano en sus distintas facetas, que nos lleven a recordar, lo tan cerca de la naturaleza que nos encontramos.

Por Martín Castoro

martes, 1 de junio de 2010

Traperancheando

Uno de los fines de este Blog, vale aclarar por las dudas, no es sólo comentar, analizar películas, y fomentar cinéfilos, sino entrar un poco en el mundo de los Directores de Cine y conocer a aquellos que están detrás de las películas. Tratar de no quedarnos en el nombre propio del realizador, sino adentrarnos en su historia, su ojo, su manera de hacer cine, su pasado, y su filmografía. Creo que es una manera de ver cine que no nos hace olvidarnos tan fácilmente de las películas; por el contrario, nos hace sentirnos más parte de la cinta.


Esta aclaración viene a colación de que estoy a punto de faltar a los mandamientos del Blog, comentaré Carancho, pero sin haber visto otra película completa de Pablo Trapero, como Mundo Grúa, El Bonaerense y Leonera. Cuenta pendiente y tarea para el hogar.


Aquí va, algunos dicen que la denominación Carancho fue una invención de Trapero para hacer referencia a aquellas personas que estafan y lucran con la necesidad de los más débiles. Para otros, es una palabra que ya se utilizaba. En este caso, se trata de Sosa, un abogado especialista en accidentes de tránsito que tiene montado un estudio turbio de casos viales siempre en la búsqueda de nuevas historias de gente sin recursos para “ayudarlos”. Se trata de una película que roza lo documental de denuncia por el realismo en la actuación de los personajes (destacable la interpretación de Luján), los escenarios (su oeste oriundo), la cámara en mano y el tema en cuestión ya planteado.


La relación de cada Director con los actores es un tema aparte. Algunos prefieren señalar hasta el mínimo detalle y no dejar nada al azar. Pero Trapero parece no pertenecer a este grupo. “Pablo tiene un plan, pero hay una parte lúdica que él no cerró, y eso es muy bueno”, explicó Darín en una entrevista. Ese estilo muy a lo David Lynch o en el extremo a lo Dogma 95, en el cual muchas veces los actores no sabían cuando se los estaba filmando ya que debían interpretar el rol continuamente, habla también de cómo es el director.


Cerrando el escueto análisis, para no aburrir, si hablando de emociones se trata, las sensaciones están a flor de piel: correrán gotas de sudor por la nuca y se escapará alguna que otra gotita esbozo de lágrima que transforman a la peli en un romántico policial del Nuevo Cine Argentino.


Por Agustina Grasso

lunes, 31 de mayo de 2010


"El buen cine es lo que podemos creernos y el malo, lo que no nos podemos creer"

(Abbas Kiarostami)*




*Director iraní independiente, autor de documentales y dramas neorrealistas, frecuentemente protagonizados por niños, narración poética y alegórica, uso de cámara fija. Exploración del uso de la naturaleza del cine como ficción.

miércoles, 5 de mayo de 2010

La cinta blanca y negra


El blanco es el color de la pureza, la inocencia, la virginidad y la integridad. Todas características, a primera vista, asociadas con la infancia, es decir, con esa primera etapa de la vida de un ser humano, que, luego, bastardeado por vivencias, experiencias y otros adultos, se convierte en un color más bien grisáceo. Bueno, esta película pone en duda este cambio gradual en el color. Presenta una niñez con sentimientos bastantes alejados de esa pureza. Y no estamos hablando de una historia cualquiera, sino la de un pueblo alemán en su etapa previa al nazismo.

La película narra una serie de situaciones misteriosas que tienen que ver con crímenes que nadie sabe - ni el espectador, ni el relator – quien los cometió. Tanto el Barón feudal, el médico del pueblo, el maestro, el pastor, como los propios niños, no quedan exentos de ser los culpables de las atrocidades de este mundo de reglas estrictas y clases económicas bien marcadas. Pero todo, o casi todo, tiene una explicación: esta “cinta” de Michael Haneke intenta revelar el origen del fascismo alemán, que con los años se convertirá en uno de los regímenes totalitarios más sangrientos de la historia.

Las cuestiones técnicas tampoco quedan libradas al azar: la elección de que sea una película en blanco y negro, la cámara fija, los fuera de campo y la falta de banda sonora son características que generan un vínculo especial con el público, de mayor realismo, nerviosismo y tensión. Aunque, vale destacar, que las escenas explícitamente fuertes pueden contarse con los dedos de las manos. No hay imágenes violentas. Es más, muchas, parecen hasta cortadas como por una tijera en la parte más sangrienta; como el caso de la muerte de una trabajadora, donde sólo se ven sus piernas y el resto de su cuerpo queda cubierto por una pared y bajo la imaginación del espectador. Y eso sucede porque Haneke es un experto de la construcción de narrativas de suspenso. Logra que su público termine de ver la película y se quede con cuestionamientos acerca de ciertos asuntos morales o cuestiones sociales, es decir, que se involucre intelectualmente con sus obras. Creo que una vez más, este destacado director de la Europa moderna, lo logró.


Por Agustina Grasso

OTROS FILMS DEL DIRECTOR: El séptimo continente (1989), Funny Games (1997), La pianista (2001), Caché (2005), La cinta blanca (2009)

miércoles, 14 de abril de 2010

Una péli del BAFICI

Como todos sabemos el Festival de Cine Independiente de Buenos Aires es una excusa más para ir a esa especie de caja mágica llamada “sala de cine” y una oportunidad única para ver películas que, en otras circunstancias, hubieran sido difíciles de degustar.
Esta vez fue el turno de “Go get some Rosemary”, una película de los hermanos Safdie (cuántos hermanos que se dedican a hacer cine, se me cruzan desde los Lumiere hasta los Coen, pasando por los Taviani, calculo que porque les corre la misma sangre por la cabeza) que hizo que una vez más zambullirse en la pantalla grande sea una experiencia de otro mundo.
Una cámara al hombro que se movía al compás de los personajes, un padre divorciado irresponsable que amaba a sus hijos de una manera muy particular, dos niños actores extraordinarios, tensión agradable, nervios con sonrisas. Todo en una sola película independiente de dos hermanos estadounidenses a los que se les cruzó retratar un pequeño momento en sus vidas. Si, resultó ser un film autobiográfico, al final de la proyección aparecieron los directores, con un fuera de línea estético similar al de su obra, dispuestos a responder las preguntas del público: “Quisimos contar una historia para nosotros, que resultó que la podíamos contar para todos”, expresaron los hermanos.

Una película, alumna de la escuela Cassavetes, con emociones fuertes que merece la pena vivir.


Por Agustina Grasso

martes, 6 de abril de 2010

Up in the air: comedia con escalas

Tomemos una mochila, y en ella comencemos a llenarla con afectos, con seres queridos, pertenencias, valores… Pesa, ¿no es cierto?” Con esta frase abrumadora, el personaje de George Clooney, nos intenta persuadir de que es más cómodo viajar ligero.


Up in the air se acerca a una comedia, tanto como se acerca a un drama. Esta colorida película del talentoso director, Jason Reitman (Juno y Gracias por fumar), nos acerca a un mundo de relaciones complejas (claro, qué relación no lo es) en el cual se toma como partida la vida de un solitario, Ryan Bingham, encargado de dar las noticias de despido en grandes empresas alrededor de todo EEUU.

Si bien, las reacciones de los “re-estructurados” empleados pueden ser múltiples, él las encara con apatía y comprensión (totalmente indiferente); lo cual no deja de exponer el enorme vacío q su personaje carga.


En un mundo cambiante a cada momento y con una economía endeble, Bingham es lo más funcional al sistema: esa liviandad en su vida y su objetivo netamente material no lo dejan relacionarse más con su entorno de lo que quisiera. Quizás él mismo se da cuenta de ese malestar cuando por imposición debe viajar acompañado por una chiquilla, que no hace más que tratar de demostrarle lo tan equivocado que está. Pero por casualidad (o causalidad) se terminan señalando exactamente todo lo contrario, tal vez ella, por pecar de ingenua, o tal vez él, por creer en ella.


Lo cierto es que esta agridulce película (más agri que dulce) nos termina de encontrar a nosotros mismos como ingenuos. Nos pone ante la amarga verdad de que la vida es complicada y aunque uno intente descargar esa mochila constantemente, hay sucesos que no se pueden cambiar.

Sin embargo, más allá del desenlace, los títulos finales, con una banda sonora impecable, nos dejan entrever las confesiones de los trabajadores despedidos que reconocen que en su mochila ahora carga un pesado vacío, pero que tiene un espacio mayor para las cosas inmateriales, que poco valoradas estaban.


En resumen, todo el conjunto, hacen de Up in the air una película exquisita, con un guión magníficamente logrado y un reparto de actores de primera calidad que no van a dejar que esta película de un paseo por las nubes sin antes descender en cada espectador como un soplo de aire calido a nuestras materiales vidas.

Por Martin Castoro

miércoles, 24 de marzo de 2010

La ceremonia de Chabrol

Los títulos de las películas muchas veces funcionan como una especie de atractivo para el espectador que luego poco tiene que ver con la obra en si. Este, definitivamente, no es el caso. La “ceremonia”, como determina la Real Academia Española, es una acción o acto exterior arreglado, por ley, estatuto o costumbre, para dar culto a las cosas divinas, o reverencia y honor a las profanas. Eso sí, para entender la buena elección del director respecto de esta palabra, hay que ver la película hasta el final.

Se podría decir que en este caso los actores de este rito representan a una clase social empobrecida y hasta a una minoría discriminada, con todos sus errores, contra una clase burguesa con costumbres y normas muy afianzadas. Lejos quedan los estereotipos bien marcados que tienen que ver con nivel de vida de cada persona. Existen zonas difusas que por momentos muestran comprensión entre las distintas formas de vida y, por otro lado, aberración y desprecio.

La brutalidad del film juega mucho con las emociones fuertes y primitivas. Al igual que la mayoría de los productos de su director, el francés Claude Chabrol, uno de los exponentes de la Nouvelle Vague, junto a Jean-Luc Godard (que en otra ocasión cercana ya hablaremos de él).

Algunos lo llaman el “Hitchcock francés” por la mezcla de misterio y crimen en sus trabajos. Además de los análisis psicológicos en los cuales somete a cada personaje, más allá de la acción en si y sin dejar de lado su contexto.

“La ceremonia” marca una ruptura no sólo a nivel estético, con escenas como la de una cena en familia en la cual no se muestran los rostros de las personas sino solo sus platos mientras conversan; sino a nivel narrativo en cuanto al argumento en si. La obra podría verse como la creación de una mente retorcida, pero no es más que una crítica sagaz e irónica de la situación social de clases. Algunos críticos la han definido como “la última película marxista”.

Esta adaptación de 1995 de la novela de Ruth Rendell es una muestra más de que el cine puede pensarse de otra manera.

Por Agustina Grasso

miércoles, 10 de marzo de 2010

Alicia en el país de Tim

Burton se encontró ante un gran desafío: versionar una obra revolucionaria de la literatura infantil. No se quedó atrás, pero tampoco delante.

La historia comienza con una Alicia ya crecidita poco dispuesta a adaptarse a las reglas impuestas por la clase refinada. Ella creía en lo más profundo de su ser que el mundo de sus sueños podría salvarla de aquella cruda realidad. Por eso decidió perseguir a aquel conejo parlanchín provocador hasta un agujero en medio de la tierra.

Hasta este punto de la historia, el relato parecía ser bastante lineal, pero, teniendo en cuenta que se trataba de una producción del alocado director del “Joven Manos de Tijera”, la esperanza de que todo se transformara en un país “maravilloso” al estilo Burton, todavía descansaba en la profundidad del hoyo.

Sin embargo, cuando la gran Alicia comienza a caer y caer en el orificio, el film no presenta grandes sorpresas. Ni el genio de Johnny Deep (el sombrerero) parecía haber encontrado un personaje más para su gran cofre de creaciones. Ni los efectos 3D parecían hacer valer la pena el recurso. Eso si, la Reina Roja, interpretada por Helena Bonham Carter, no estaría dentro de esta lista, es excepcional.

Esta enumeración demuestra que filmar una obra de la literatura no es tarea sencilla. El espectador carga con un bagaje de expectativas, sobre todo imaginarias, difíciles de ir pendiendo a medida que se desarrolla la cinta. Hasta el gran maestro Alfred Hitchcock pensaba en nunca rodar un libro como Crimen y Castigo de Dostoievski por considerarlo una obra ajena. “Sólo tomaría la historia de base y fabricaría cine”, decía.

Tim, tal vez, se quedó en medio de ese camino. Un camino fascinante que viene creando desde principios de su carrera, al cual este “maravilloso” móvil le quedó chico.

Por Agustina Grasso

sábado, 27 de febrero de 2010

Cabeza Borradora

Tal cual como ocurre con otras películas de este señor, preguntarse: ¿de que trata? sería casi una cuestión existencial. Quizás la película intente seguir una linealidad, aunque sobre el final (y fiel a su estilo), David Lynch hace de su Cabeza Borradora (Eraserhead) un amontonamiento de ideas y creatividad que la llevan hacia su nivel más surrealista. En ese punto es donde inevitablemente la pregunta inicial se esfuma, y no queda más remedio que absorber y tratar de digerir esos extraños sucesos transformados en emociones… Puras emociones. Lo fascinante de esta película es, indudablemente, su carácter pictórico. Cada espectador, tal como en un cuadro (abstracto en este caso), es libre de interpretar y realizar análisis totalmente diferentes para una misma escena. Puro cine arte. Este recurso fue y es usado por otros directores que intentan desde sus películas una constante provocación hacia el espectador (Jean-Luc Godard, Costa-Gavras, Pier Paolo Passolini…). Lynch en su Cabeza Borradora intenta exactamente lo mismo, pero enfocado desde otro ángulo: la repulsión, el desprecio y lo desagradable forman parte de un film de culto que no por menos hay que dejar de ver. Aún con los increíbles obstáculos temporales (tardó 5 años en terminar esta obra) y económicos (no tenía trabajo y debía mantener a su pequeña hija) que debió superar el film, terminó por constituirse en una de las películas de culto más apreciadas de la historia: Stanley Kubrick, Alejandro Jodorowsky y Terry Gilliam la han alabado y la han ubicado entre sus favoritas.

Argumento ------------------------------------------------------------------------------------------------

Comienza con la imagen del protagonista (Henry) y la de un mundo controlado por una especie de Semi-Dios deforme, el cual está activando palancas en un cuarto pequeño, con una vista al aparente espacio exterior. En esta escena podemos ver, como si fuera una alegoría, a la concepción del bebe prematuro que será parte de la vida de Henry. La película toma forma en un mundo industrial-post-apocalíptico: se lo ve a Henry en un trayecto hacia su pequeño departamento, donde da lugar a su imaginación con una chica que vive en su radiador. En el pasillo se encuentra con su sexy vecina, que le comenta que una tal Mary lo invitó a comer a casa de sus padres, cita a la cual acude para contemplar una situación familiar que limita lo grotesco. Un padre que pareciera que hablara con un espejo, una abuela en estado catatónico, una madre controladora que incurre en una especie de orgasmo cuando intentan cortar un pollo de lo más diminuto, una perra amantando a sus desesperados cachorros, y una revelación final que lo deja a Henry en una incredulidad total, al saber que ha sido padre de un bebe prematuro que todavía se encuentra en el hospital. Decide hacerse cargo de la criatura (tal vez por imposición de la madre) y se lo lleva a vivir, junto con su mujer, a su pequeñísimo apartamento. Debido al incontrolable llanto del bebe, y a la incapacidad de los personajes de que ese feto -de aspecto horrible- pueda generarles algún tipo de afecto, Mary decide irse a casa de sus padres (en un acto de total inmadurez), dejando a un Henry impasivo, totalmente solo con la criatura. Hasta aquí podríamos decir que la linealidad del argumento no se ve tan afectada, pero es precisamente en este punto donde todo se empieza a transformar en sueños, pesadillas e imágenes delirantes para Henry. En ese mundo onírico se sube a un escenario junto con la chica de sus sueños que destroza pequeños fetos agusanados. Mientras la observa, pierde literalmente su cabeza, que es robada por un niño y llevada a una especie de maquinaria que transforma el cráneo, metafóricamente, en una goma de borrar para lápices.
Al volver a su mundo real, si es que existe en Lynch esta división, el relato culmina con la muerte del bebe (a manos de Henry). Una muerte que más allá de expresar pena; transmite asco, desprecio y se convierte en una total repugnancia. Un flash blanco se adueña de la pantalla, podría ser el pasaje trascendental de un estado de conciencia a otro, en el cual Henry besa y abraza a la chica del radiador.

Por Martín Castoro

sábado, 20 de febrero de 2010

Las miradas en el cine

"En líneas generales, hay dos tipos de cineastas. Los que caminan por la calle con la mirada en el suelo y los que lo hacen con la cabeza alta. Los primeros, para ver lo que ocurre a su alrededor, están obligados a levantar la cabeza a menudo y repentinamente, y a girarla tanto a derecha como a la izquierda, abarcando con varios vistazos el campo que se ofrece ante ellos. Estos primeros ven. Los segundos no ven nada, miran, fijando su atención en el punto preciso que les interesa. Cuando se disponen a rodar una película, el encuadre de los primeros será aireado, fluido, (Rossellini); el de los segundos estará calculado al milímetro (Hitchcock). Se encontrará en los primeros un desglose de las escenas sin dudas disparatado pero tremendamente sensible a las tentaciones del azar (Welles); y en los segundos, unos movimientos de cámara no sólo de una inaudita precisión en el trabajo en estudio, sino que tienen su propio valor abstracto de movimiento en el espacio (Lang). Bergman formaría más bien parte del primer grupo, el del cine libre; Visconti, del segundo, el del cine riguroso".

Jean-Luc Godard

*Fragmento de “Bergmanorama. Texto publicado originalmente en la revista Cahiérs du Cinéma (julio de 1958). Integra la recopilación de artículos editados por Paidós en el libro La política de los autores. Manifiestos de una generación de cinéfilos. Antoine de Baecque (comp.)

lunes, 1 de febrero de 2010

¿Murió Tomás Eloy Martínez?

Cómo le gustaba convertir la realidad en ficción y trasformar la ficción en realidad; por eso desconfío bastante de su pérdida, o es un deseo quizás…

Un GRAN escritor, de esos que también tienen un GRAN corazón. Tuve la felicidad de conocerlo hace tres años atrás (un 3 de octubre), día en que me abrió las puertas de su confianza, de su estudio, y de sus libros, y me enseñó a nunca dejar de patearlas.

Le agradezco esa tarde, que nunca olvidaré, por tratarme, aunque recién nos conocíamos, como esos viejos amigos que hace mucho que no se ven.

Les comparto una pequeña reseña de su obra con extractos fieles de su palabra...

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Ficciones reales

Tomás Eloy Martínez es uno de los escritores latinoamericanos más prestigiosos de las últimas décadas. En la mayoría de sus obras combina recursos periodísticos y literarios que generan controversias a la hora de interpretar los hechos: ¿existe una sola verdad?

Mi trabajo está en venta, pero mi nombre no. Yo siempre he dicho que el único patrimonio que tenemos los periodistas es el nombre propio. Si no proteges tu único capital, te va a ir muy mal en la vida”, con esas palabras Tomás Eloy Martínez dejó el primer medio gráfico importante en el cual trabajó, La Nación. Un periódico desde el cual lo llamarían cuarenta años más tarde para volver a integrarse al equipo. Su despido se convirtió en un mito para el matutino, que lo obligó a renunciar a su puesto como director de la sección de cine porque sus críticas generaban que las distribuidoras de películas quitaran las pautas publicitarias.

En la década del '50 las notas salían firmadas sólo en La Nación y La Prensa.Moderese, me pidieron. Pero mi nombre estaba en juego, y no puedo ir contra mis convicciones -confiesa Martínez- algo similar a lo que me sucedió casi veinte años después cuando era el director del semanario Panorama”.

La madrugada del 22 de agosto de 1972 el autor de La novela de Perón se había ido a dormir luego de escribir la editorial de la revista sobre un supuesto enfrentamiento entre oficiales y prisioneros en la base aeronaval de Almirante Zar, en Trelew. Este texto ponía en duda la versión oficial de los hechos y dejaba implícita la intención de matanza de las autoridades, que reposaba en las manos del régimen de Lanusse.

Era como un solo de batería en un entierro de angelitos. Todos los diarios reprodujeron las palabras del gobierno, menos Panorama”, recuerda el escritor. Al día siguiente, el entonces capitán de marina Eduardo Massera pidió su despido por daños a la empresa.

Decidí demostrar que estaba en lo cierto con lo que decía. Me fui a Trelew desde mi bolsillo. No tenía miedo porque confiaba en que la gente que sabía la verdad me iba a proteger. Cuando llegué, dos mil militares en paracaídas habían ocupado la ciudad de 20 mil habitantes, había pesquisas en todas las casas. Sin embargo, el pueblo se alzó, se declaró en estado deliberativo y no reconoció a las autoridades. Fue el primer alzamiento popular unánime contra los militares”. Así emergió La pasión según Trelew, una investigación periodística que cuenta las dos historias, la del fusilamiento y la del levantamiento.

El trabajo fue publicado en 1973, prohibido a fines de ese año y quemado en una guarnición militar por ser considerado subversivo. La obra relata los hechos tal cual sucedieron en Trelew. Pero qué sucedería si en vez de contar la verdad, se relatara algo imaginario en un formato periodístico. A partir de ese desafío nació Santa Evita.

Esta novela del año 1995 trata sobre el peregrinaje del cuerpo de Eva Duarte de Perón. En su escritura el autor combina recursos literarios, históricos e informativos, método que generó y continúa produciendo confusiones en el público entre lo real y lo fantaseado. Hasta se llegó a enviar a un equipo de investigación a una universidad de Alemania para confirmar que el cuerpo no estuviera escondido en uno de los parques de la institución, a partir de un dato sugerido en el libro.

Es un juego”, aclara Martínez. “Los historiadores creen saber todo sobre Eva, pero yo les muestro cómo se puede crear la historia alrededor de ella, sin que se den cuenta. Es un desafío tanto para el lector como para los historiadores. Hasta lo periodistas terminan creyendo muchas de las experiencias que expreso, por más que en el mismo libro advierto varias veces que se trata de una novela”.

Otra obra, merecedora del premio Alfaguara de novela 2002, en la cual el profesor de la cátedra de literatura latinoamericana de la Universidad de New Jersey (Estados Unidos) vuelve a jugar con sucesos tomados de la realidad y de su mente, es El vuelo de la Reina. Una historia sobre el director de un diario porteño, que pasa toda su vida luchando contra la corrupción, y el poder de la prensa en la época menemista.

Tomás explica que hay muchas verdades. Lo que realiza en las novelas es ilustrar hechos reales narrados de una manera distinta para que sirvan como metáforas de esa realidad. Él revela que ese recurso es el que utilizan algunos autores de novelas clásicas del principio de los tiempos: Dickens, Tolstoi, Balzac; y en la actualidad algunos escritores como Philip Roth o Ian McEwan.

El periodismo narrativo es la tabla de salvación del periodismo gráfico. La crónica es un género muy latinoamericano. Nació con Martí y Darío a comienzos del siglo XX. Si una crónica la reducís a Rodolfo Walsh, la subyugás a un periodismo militante, donde todo es muy maniqueo. Una crónica más totalizadora, sin sutilezas, es una narración más objetiva y mucho más rica”.

Estas tres obras -La pasión según Trelew, Santa Evita y El vuelo de la Reina- abarcan distintas facetas profesionales y personales del escritor; pero al mismo tiempo todas mantienen una relación, un hilo conductor conformado por la lucha constante entre la realidad y la ficción. Una guerra que podría ganarse si existiese una sola verdad...

Vida y obra

Tomás Eloy Martínez era tucumano. Luego de estudiar Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad de su provincia natal, se convirtió en un prestigioso escritor y periodista.

En el mundo gráfico se inició como crítico de cine del diario La Nación. Fue jefe de redacción del semanario Primera Plana, corresponsal de la editorial Abril en Europa, director del semanario Panorama, y dirigió el suplemento cultural del La Opinión. Entre 1975 y 1983 vivió exiliado en Venezuela, donde fundó El Diario de Caracas. En 1991 creó el suplemento literario Primer Plano de Página/12 de Buenos Aires. Desde 1996 es columnista permanente de La Nación de Buenos Aires y de The New York Times Syndicate.

Entre sus obras se destacan Sagrado (1969), La pasión según Trelew (1974), Lugar común la muerte (1979); La novela de Perón (1985), La mano del amo (1991), Santa Evita (1995), Las memorias del general (1996), El vuelo de la reina (2002), y Purgatorio (2008). También fue autor de diez guiones para cine, tres de ellos en colaboración con el novelista paraguayo Augusto Roa Bastos. Fue jurado de premios literarios y festivales de cine.
Creó en 1994, junto a Gabriel García Márquez, la Fundación para un Nuevo Periodismo Iberoamericano, que tiene su sede en Colombia.

Por Agustina Grasso