martes, 15 de marzo de 2011

La metamorfosis de Natalie Portman

Hace un par de días que me persigue una sombra, creo que es la mía, pero se desdibuja. Hace un par de días que veo sangre en mis manos, creo que es mía, pero se borra. Hace un par de días que vi El Cisne negro y creo que me afectó. La palabra afectar viene de afecto; afecto a lo que uno ama, a lo que a uno le apasiona. No hay nada mejor que entregarse a lo que uno siente y dar todo lo que uno lleva adentro. Muchas veces la única traba para lograrlo es uno mismo y qué difícil es esa lucha…

No sólo el director Darren Aronofsky entregó todo para hacer este drama psicológico. Sino que Natalie Portman debió trabajar mucho para convertirse en

la perturbada bailarina. Entrenó al menos cinco horas por día durante más de un año con Mary Helen Bowers, una antigua bailarina del City Ballet de Carolina del Norte. A menudo comenzaban a las 5 de la mañana y realizaban ejercicios de barra y demás, mientras filmaba otras películas. Se acercó lo más posible a ser una bailarina profesional para ser Nina, primera danzarina de una compañía muy importante que es elegida para interpretar una nueva versión de un clásico: El lago de los cisnes. Sobre el escenario debía interpretar la mutación del puro cisne blanco al desquiciado y malvado cisne negro. Se la observa con los típicos planos de Aronofsky de cámara en mano, movimientos continuos y planos detalle de pies, manos, sangre, ojos, baile, danza, competencia, madre, envidia, perfección, lastimaduras, caídas, besos, manos, sombras que te hacen sentir parte del largometraje. No hay minuto para respirar. La tensión con la que uno está en la butaca es parte de todo el film. Ahora los dejo porque me duelen las manos, sigo viendo sombras y hay plumas por doquier.


“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”.

(Extracto de la obra La metamorfosis, Franz Kafka, 1915)


Por Agustina Grasso

martes, 1 de marzo de 2011

Barton Fink

Me intriga mucho la creatividad. Cómo surge una idea, sus formas y presentaciones. Ni hablar de la falta de imaginación, qué traspié a la hora de crear… Pero lo cierto es que un escritor debe estar impregnado en ella. Pero la creatividad no es sólo una forma magnífica de ver aquellos ángulos que deseamos encontrar, sino también, los sentidos que le encontramos cuando esos caminos que queremos seguir se encuentran bloqueados.

Dicen que los Hermanos Coen (Hnos. con mayúscula: porque en cine es casi su primer nombre) “crearon” el guión de la premiadísima Barton Fink cuando se encontraban en medio de un “bloqueo de escritor”, durante su anterior película: Miller’s Crossing’. Este bloqueo dio como fruto la idea de una nueva película: el cual se basaba precisamente en eso… Digamos, a la Otto e Mezzo de Fellini. Pero ésta no es la única referencia al cine clásico que encontramos en el film: Hitchcock, Lynch, son sólo algunos de los nombres que acompañan al Italiano en el Hotel Earle, sede ocasional de la angustiosa travesía de Fink en el proceso de la creación.

Un hotel al mejor estilo dantesco, donde la recepción se encuentra en un sótano, donde el sexto piso es elevado hasta el nivel bíblico más apocalíptico; y los pasillos -rigurosos caminos de la mente, plagados de zapatos- anuncian que el fin se encontraba cerca…

Y cómo olvidarse de aquellos personajes que abarcan e inundan la pantalla con sus relatos y necesidades; desde los poco locuaz y casi incomprensibles monólogos del Sr. Lipnick, hasta las extrañas afirmaciones de Charlie: “Cielos, la gente a veces es muy cruel. Si no es mi cuerpo, es mi personalidad”. Pero sin dejar de lado a Barton, que con su extraño peinado (no tan extraño si recordamos el film Eraserhead, de David Lynch) acompaña al film hasta lo más sórdido de su concepción, para terminar sus aventuras casi como empezaron, con una hermosa chica, sentada a la orilla del mar, casi deseando que el mar la envuelva en una marea eterna que inmortalice su pictórica figura.

Si pudiésemos separar la obra en dos, sin duda el punto de inflexión va de la mano con Hitchcock al lavabo para adentrarnos en lo más profundo de la mente humana.

Si así lo quisieron o no, los Hermanos Coen hacen de Barton Fink una obra maestra que no puede dejar pasar por nuestras cabezas sin golpearnos en el interior y hacernos reaccionar de manera abrupta, sacando aquello que siempre vimos, y siempre escondimos.

Por Martín Castoro